sábado, 12 de octubre de 2013

INSTANT / 23 /


 
 
LA MEMORIA
El pasado deja vivencias que a lo largo de la vida nuestro inconsciente nos las devuelve en forma de recuerdo. Momentos que perduran en la mente pero de manera desdibujada en muchas ocasiones. Experiencias que nos encantaría rescatar e incluso revivir por lo que significaron en aquel entonces. Lo más curioso es que muchos recuerdos se encuentran encerrados o capturados en diferentes lugares, objetos o alimentos, y cuando accedemos a lo largo del tiempo a ellos es en el momento en el que comienzan a resurgir las sensaciones de aquella vez. Los sentidos protagonizan una gran labor en la recuperación de ese momento de felicidad, ya que éstos son evocados mediante la contemplación de una imagen de unas vacaciones, al oler las páginas de un libro, escuchando una canción o saboreando un dulce.  Justamente en el sabor, es donde Proust, en la obra En busca del tiempo perdido: por el camino de Swann, a partir de la degustación de una magdalena inicia un viaje retrospectivo hacia su infancia. Así, gracias a la evocación de los sentidos el presente no es el único estado posible de las cosas.
 
A continuación, seleccionamos un fragmento de la obra En busca del tiempo perdido: por el camino de Swann, Marcel Proust.
 
 "Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. [...] Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray [...], cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes [...] Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
 
 

 

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