LA MEMORIA
El pasado deja vivencias que a lo largo de la vida nuestro inconsciente nos las devuelve en forma de recuerdo. Momentos que perduran en la mente pero de manera desdibujada en muchas ocasiones. Experiencias que nos encantaría rescatar e incluso revivir por lo que significaron en aquel entonces. Lo más curioso es que muchos recuerdos se encuentran encerrados o capturados en diferentes lugares, objetos o alimentos, y cuando accedemos a lo largo del tiempo a ellos es en el momento en el que comienzan a resurgir las sensaciones de aquella vez. Los sentidos protagonizan una gran labor en la recuperación de ese momento de felicidad, ya que éstos son evocados mediante la contemplación de una imagen de unas vacaciones, al oler las páginas de un libro, escuchando una canción o saboreando un dulce. Justamente en el sabor, es donde Proust, en la obra En busca del tiempo perdido: por el camino de Swann, a partir de la degustación de una magdalena inicia un viaje retrospectivo hacia su infancia. Así, gracias a la evocación de los sentidos el presente no es el único estado posible de las cosas.
A continuación, seleccionamos un fragmento de la obra En busca del tiempo perdido: por el camino de Swann, Marcel Proust.
"Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y
abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de
concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado
y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios
unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el
mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me
estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior.
[...] Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de
magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té
o de tilo, los domingos por la mañana en Combray
[...], cuando iba a darle los
buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de
que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las
pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más
recientes [...] Pero cuando
nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han
derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más
persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y
recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin
doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
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