Hay una cierta tendencia, y manía, contemporánea a cualificar las cosas numéricamente. Lo que no lleva consigo mismo un número, pierde valor. Pero lo que más sorprende es cuando a las manifestaciones y creaciones culturales y artísticas se les atribuye una cifra numérica, o estrellitas en el caso de los más creativos. Sin embargo, entre los reticentes a esta forma de puntuar existe la pregunta: ¿En qué se basan para puntuar una obra cultural? ¿Qué valor esconde un uno, un tres o un cinco? Más que argumentos, aparecen interrogantes, reflexiones en forma de preguntas:
- El desequilibro de la balanza de valores. ¿Debería valer lo mismo la última novela comercial valorada con el máximo de puntuación, que un clásico que sigue siendo vigente por su calidad literaria?
- Siguiendo con la literatura ¿Qué significa que un libro sea puntuado con tres o cuatro estrellas? ¿A partir de las emociones compartidas? ¿Por el vocabulario extenso que ha utilizado? ¿Por cómo nos ha transmitido? Pero… ¿Y si a otro lector le ha transmitido más que a mí, nos encontramos ante una incongruencia valorativa, ponemos tres estrellitas o cuatro?
- Y más literatura… El no entender eso de “ahora todos somos críticos literarios”. Todo el mundo debería poder aportar su opinión, pero, ¿numerando es la mejor fórmula? Es decir, supuestamente, todos somos aptos para poner esas estrellitas y atribuirle a todas las creaciones su correspondiente número (a gusto del consumidor). Pero, ¿En qué se basa cada lector para puntuar?
Ejemplificamos con la literatura, pero lo mismo sucede en el cine y en el arte, y así podríamos hacer una larga lista de todas aquellas disciplinas que se valoran numéricamente. Aunque, ahí no se encuentra el misterio. La dificultad se concentra en lograr comprender en qué se basan para asignar una suma u otra. Suponemos que detrás de todo este tumulto matemático se encontraran todas esas técnicas habidas y por haber de estrategias comerciales. Valoraciones sintetizadas. La valoración anónima que lleva a lectores a leer o no, contemplar o no o visionar o no, un libro, una obra de arte o una película. Es decir, un criterio que quien se rija por él, probablemente, verá muy acortado y, quizá, mal influenciado su abanico cultural. Pero lo que más preocupa es que si a ese conocimiento, reflexión, emoción de la que es portadora la cultura se le dejara de etiquetar numéricamente, ¿Se dejaría de apreciar? ¿Es necesario emborronar la cultura con técnicas de cualificación numérica? En cualquier caso, la cultura y todas las creaciones que la componen son mucho más complejas, llenas y ricas en contenido que el resumen de un tres, un uno o un cinco.
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