miércoles, 4 de septiembre de 2013

INSTANT / 18 /

 
 

Imagen y composición propia
 

Hace unos meses leyendo un prólogo de Frankenstein de Mary Shelley reflexioné en torno aquellos clásicos de la literatura, el cine o incluso de la pintura que se conocen por ser referentes en la cultura, pero sobre los que nunca la gente pone los cinco sentidos en ellos. Clásicos que pocos han leído, visto, o ni siquiera contemplado, a pesar de que su éxito les ha hecho popularizarse y ser conocidos por todo el mundo. Si pensamos en clásicos de la literatura como Orgullo y Prejuicio o Hamlet, probablemente un gran número de personas, con unos estudios elementales, lo reconocerán, pero serán muy pocos los que los habrán leído. El cine en el caso de Orgullo y Prejuicio o una cita existencialista extraída de cuajo de la novela de Shakespeare son los causantes de que estas dos obras de la literatura se conozcan. Lo mismo sucede en el cine, las películas obsesivas de Hitchock son reconocidas por casi todo el mundo, aunque solo los cinéfilos verdaderos son los que han visionado la película entera. ¿Quién a estas alturas no ha visto la escena de Psicosis? Y en pintura, la historia se repite. La Gioconda, o más conocida como Mona Lisa, el Guernica o La Venus de Botticelli son pinturas que todos han visto en forma de fotografía y creen haber visto la real.

Con esto observamos que los clásicos en la cultura se popularizan, aproximándose a la sociedad mediante diversos medios, normalmente los de masas, convirtiéndose en ocasiones en mitos que están inseridos en el saber de las personas de a pie, o lo que coloquialmente se ha denominado como “cultura general”. El hecho de acercar la cultura no tiene por qué ser negativo, la parte triste es cuando clásicos cargados de reflexión se quedan en la anécdota del título, la cita o la versión cinematografiada. O si no lean Frankenstein y verán cómo es algo más que un atípico monstruo.


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