sábado, 14 de diciembre de 2013

INSTANT / 28 /





La vida muchas veces es cuestión de casualidades. Casualidades que acaban convertidas en causalidades. Hay momentos vitales que son almacenados y clasificados en cajones mentales, aunque nuestra percepción crea que pasan a formar parte del pasado, quedando olvidados. Sin embargo, hay un instante en el presente, en el que ipso facto se produce una conexión neuronal en la que unimos puntos y volvemos a traer al presente aquel momento que creíamos olvidado.

Diez años pasaron entre la decisión de Steve Jobs de entrar en un curso sobre tipografías - fruto de deambular por los pasillos de Reed College – y la creación del primer Macintosh. Por aquel entonces, el joven Jobs no imaginaba la importancia que tendría los conocimientos de esa materia para el desarrollo de su éxito, el Macintosh.

Los referentes, las influencias, los impactos e impulsos quedan almacenados y archivados entre  los recovecos de nuestra mente, dando paso a lo que podríamos llamar como “cajón de la creatividad”. Y por ello, una década después, en la mente de Steve Jobs estaban guardadas aquellas nociones sobre la tipografía. Quizás el hecho de la creatividad es precisamente ese, ser capaz de conectar conocimiento que en su origen parece inconexo con el fin de crear algo nuevo.

El discurso de Steve Jobs es sin duda una lección. Una enseñanza de que hemos de abrir la mente hacía otros horizontes más allá de lo que tenemos cercano y no menospreciar nada por poco útil que nos parezca. Lo vital que resulta ser curioso y mantener nuestros ojos abiertos. La importancia de llenar nuestros cajones mentales y mantener viva la curiosidad para que a lo largo de nuestra trayectoria podamos abrirlos y hacer cosas como las que hizo el gran Steve Jobs.