La vida muchas veces es cuestión de casualidades. Casualidades que acaban convertidas en causalidades. Hay momentos vitales que son almacenados y clasificados en cajones mentales, aunque nuestra percepción crea que pasan a formar parte del pasado, quedando olvidados. Sin embargo, hay un instante en el presente, en el que ipso facto se produce una conexión neuronal en la que unimos puntos y volvemos a traer al presente aquel momento que creíamos olvidado.
Diez años pasaron
entre la decisión de Steve Jobs de entrar en un curso sobre tipografías - fruto
de deambular por los pasillos de Reed College – y la creación del primer
Macintosh. Por aquel entonces, el joven Jobs no imaginaba la importancia que
tendría los conocimientos de esa materia para el desarrollo de su éxito, el
Macintosh.
Los referentes, las
influencias, los impactos e impulsos quedan almacenados y archivados entre los recovecos de nuestra mente, dando paso a
lo que podríamos llamar como “cajón de la creatividad”. Y por ello, una década
después, en la mente de Steve Jobs estaban guardadas aquellas nociones sobre la
tipografía. Quizás el hecho de la creatividad es precisamente ese, ser capaz de
conectar conocimiento que en su origen parece inconexo con el fin de crear algo
nuevo.
El discurso de Steve
Jobs es sin duda una lección. Una enseñanza de que hemos de abrir la mente
hacía otros horizontes más allá de lo que tenemos cercano y no menospreciar
nada por poco útil que nos parezca. Lo vital que resulta ser curioso y mantener
nuestros ojos abiertos. La importancia de llenar nuestros cajones mentales y
mantener viva la curiosidad para que a lo largo de nuestra trayectoria podamos
abrirlos y hacer cosas como las que hizo el gran Steve Jobs.