Érase una
vez tres princesas que ya no son lo que eran, hablamos de Cenicienta,
Blancanieves y La Bella Durmiente. Los cuentos han cambiado una barbaridad tras
la entrada de este último siglo. De hecho, es curioso ver como la película Shrek Tercero incorpora
algunos de los populares clichés de Walt Disney de forma irónica para crear un
discurso más actual sobre los cuentos de hadas.
A la pobre
de Cenicienta, los traumas sufridos durante su infancia le han acabado pasando
factura. Pues vemos a una princesa enferma con la limpieza, algo excéntrica,
compulsiva y un tanto atolondrada, y es que cuando tu madrastra te trata de una
forma tan cruel, lo raro sería no mostrar un cierto desequilibrio mental y
emocional. No obstante, la transformación más interesante se presenta con las
hermanastras. Para los hermanos Grimm, blancas y hermosas de rostro, pero
horribles de corazón; para Disney son igual de desagradables por dentro y por
fuera. Pero en Shrek
Tercero, las Hermanastras feas, en especial Doris, se muestran con un rudo
aspecto varonil y un hermoso interior que sólo anhela felicidad.
En cuanto a
Blancanieves, eso de ser considerada la más bella del reino ha acabado por
subírsele a la cabeza. En la película aparece como una persona arrogante con
una afilada lengua llena de sarcasmo. Aunque, curiosamente ha acabado por
adoptar una descripción parecida a la que los hermanos Grimm concedieron a la
malvada reina. Por otra parte, no podemos olvidarnos de los molestos animalitos
del bosque o los siete enanitos, a los que trata como si fueran sus siervos.
Nuestra
última princesa, La Bella Durmiente, parece ser que aún no ha conseguido
despertar del todo. Los efectos secundarios del maleficio hacen que padezca
narcolepsia, que aparece en cualquier situación. Tratar de mantener una
conversación con ella resulta casi imposible tanto por su enfermedad como por
el déficit de interés y atención que tiene.
Tres
princesas en constante transformación. Y colorín, colorado, estos cuentos
volverán a ser cambiados.
Deseo de la exposición "Qué desear"
(Imagen propia)
Y tiré de la cinta que llevaba escrita: “Deseo no perder nunca la capacidad de deseo”.
A partir de ahí, la exposición de “Qué desear”, que estará en el CaixaForum
hasta el 28 de abril, hizo sumergirme en una reflexión en torno al concepto de “deseo”. Y es que si nos ponemos a
pensar, pedir un deseo o aspirar a algo con entusiasmo son actitudes muy
comunes en nuestro día a día. Si más no, los más reticentes a esta opinión, compartirán
la idea que al menos una vez al año, el día de nuestro cumpleaños, pedimos uno.
Anhelar algo con mucho ímpetu, esperanzados a que acontezca, y cuando acontece
¿Qué sucede? ¿Evolucionamos? Creamos nuevas aspiraciones.
Desear gira alrededor de la proyección de fantasías, un mundo interior
que nos lleva a construir realidades que anhelamos y que en muchas ocasiones
pueden encontrarse muy distantes a la realidad. Pero, ¿hasta qué punto nuestros
deseos son reales? Es tan amplio el campo de la imaginación de la mente humana
que muchas veces nuestras aspiraciones llegan a acoger la categoría de artificiales,
o incluso, utópicas, idealizando lo que podría llegar a ser la realidad.
Además, una palabra tan biensonante y con un fondo tan grato como deseo quizáconlleve una connotación negativa, carencia. Si deseo, probablemente, carezca de algo, es decir, no
posea algo que necesito para mi felicidad. Por qué en realidad ¿Qué deseamos? ¿Nuestros
deseos son únicos o los compartimos? Rivane Neuenschwander nos propone
compartir los deseos, yo compartí el que he citado anteriormente, pero al final
cada humano tiene su propio deseo que espera ver cumplido para satisfacer y
saciar un aspecto en concreto.
"No te puedo comprender, corazón loco. No te puedo comprender, ni ellas tampoco. Yo no me puedo explicar cómo las puedes amar tan tranquilamente. Yo no puedo comprender como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco". Antonio Machín con su canción Corazón loco explicaba el amar a dos mujeres al mismo tiempo, una cuestión comprendida entonces por muy pocos. Del mismo modo, actualmente mucha gente no llega a comprender como se puede vivir en dos mundos a la vez y no estar loco. Y es que, las nuevas tecnologías de la comunicación nos han transportado a un nuevo mundo, el virtual. No obstante, nuestro nuevo hábitat no ha reemplazado el otro. Cohabitamos en dos espacios vitales a la misma vez. Hecho que hoy genera debate.
Como decía el cantante cubano: “Aquí va mi explicación”. Machín explicaba que “una es el amor sagrado, compañera de mi vida, esposa y madre a la vez y la otra es el amor prohibido complemento de mi alma y al que no renunciaré”. Esta estrofa nos traslada directamente al mundo que vivimos hoy. El primero es el mundo real (físico), tangible, el de la comunicación interpersonal del cara a cara, el “sagrado”, el que nos mantiene vivos. El otro es un mundo virtual, inmaterial, donde vivimos individualmente, pero a la vez mucho más acompañados, es un complemento de nuestra existencia, un espacio más donde habitar y al que parece que no vamos a renunciar. Lo cierto es que vivimos sumergidos en dos mundos a la vez. Vamos en el tren y “leyendo” las noticias en Twitter. Estamos en el salón de casa y a la vez estamos conectados en Facebook. Acudimos a un concierto y capturamos la experiencia en una fotografía en Instagram.
Parece ser, que a pesar de la introducción de este nuevo entorno habitable, nadie quiere deshacerse del mundo del que veníamos. Con la entrada de nuestra vida en esta nueva dimensión y la coexistencia con el mundo físico, probablemente, la sociedad se ha vuelto en una “sinrazón” o “corazón loco”, como Machín decía. Pero ahora ya pueden saber cómo se puede vivir en dos mundos a la vez y no estar loco. Y no estar loco.
Dos relojes. Dos relojes latiendo al mismo tiempo. Dos
relojes que se convierten en un poema de amor. Una imagen tan dulce como
trágica que nos habla de sentimientos. Félix González Torres no es sólo un
artista, sino que además es un poeta. No pinta, ni tampoco esculpe, pero la
grandeza de sus obras se encuentra cuando a partir de objetos cotidianos nos
guía a una experiencia emotiva. Cuando de un objeto simple, sin modificarlo,
crea un nuevo significado, poesía. Sus obras nos abren un gran campo de reflexiones.
Al ver estos dos relojes no podemos dejar de plantearnos lo efímera que es la
vida, como el tiempo nos tiene sujetos. ¿Pueden estar dos relojes idénticos
latiendo juntos? ¿Hasta cuándo continuaran latiendo estos dos corazones?
¿Cuánto tiempo continuaran sincronizados? ¿Qué pasará cuando se acabe la pila
de uno de ellos?
Mata
Hari una vez dijo: “La danza es un poema en el que cada movimiento es una
palabra”. La frase de la bailarina acoge gran sentido en los días de hoy con
los nuevos caminos que la danza moderna ha abierto, donde una sencilla posición
de brazos pasa a ser algo más que un simple movimiento. Además, se trata de una
danza que se libera y huye de la rigidez del ballet clásico, permitiendo al
bailarín crear su danza a partir de emociones, metáforas, ideas abstractas o
simplemente improvisación.
En la danza decidir bailar con la melodía, el ritmo o la letra
de una canción puede variar el sentido de la coreografía dentro de una misma
pieza musical. En cualquier caso, la danza se puede considerar poesía, igual
que a Joan Manuel Serrat un poeta. En el vídeo que presentamos en esta entrada,
vemos una oda cantada al Mediterráneo, donde existe la unión entre la música,
la coreografía y la letra de la canción. La bailarina logra transformar las
palabras en movimiento, llevando a éste las pausas, la velocidad incluso la
intensidad de cada palabra cantada. Nos muestra su amor al Mediterráneo al
acariciar la tierra que pisa, simula a un río que acaba desembocando en el mar…
Esta alabanza, y declaración de amor que hace Serrat al mar que le vio nacer y
en el que desea yacer después de muerto, pasa de ser un poema cantado a una
interpretación bailada convirtiendo cada movimiento en palabra, reflejando
poesía en la danza.
Versos extraídos de "Vuelta de paseo" Poeta en Nueva York, F. G. Lorca (Imagen de creación propia)
Federico García Lorca. Nueva York. Año 1929. El poeta se
encuentra en medio de la ciudad de lo artificial, la deshumanización y lo
magno, un lugar totalmente distinto al que se había criado, Fuente Vaqueros,
Granada. Los inmensos rascacielos de cristal que cuando llegan al final rasgan
con su estructura angular el cielo. Las calles curvadas que impiden ver el final
del trayecto y que recuerdan a esos réptiles que se desplazan arrastrándose por
el suelo conteniendo en sus adentros veneno. Ante el panorama de una ciudad
postiza, el poeta deja crecer sus cabellos, un hecho natural, para huir de esa
artificiosidad.
Un poeta angustiado, un amor irrealizado, su reivindicación de amar libremente,
la opresión del hombre y de la ciudad. El mismo Lorca expresaba: "Yo no
tengo culpa de muchas cosas mías. La culpa es de la vida y de las luchas,
crisis y conflictos de orden moral que yo tengo". Un poema en el que el yo
poético nos traslada su sensación, su mundo interior. Destacado por embaucarnos
a través de sus versos en su estado de ánimo de frustración. De esta manera,
nuestra ilustración representa esa gran urbe, vista como un coloso que trata de
engullirlo, difuminada por la multitud de edificios cuyas formas agresivas
hieren y ocultan el cielo. Esta sensación de estar oprimido y desorientando
hace que no encuentre la salida. Una situación de vértigo, angustia y desasosiego
que plasma el interior de Lorca.
No es de extrañar que en la actualidad algo tan
cotidiano como el fast food se pueda llegar a considerar un diseño en el
sentido estricto de la palabra. Y más aún, si hablamos de un referente mundial,
como el Big Mac, el bocadillo más popular de McDonald’s. Una receta compuesta
por dos hamburguesas de vacuno, lechuga, cebolla, pepinillo, una loncha de
queso fundido y una salsa especial. Su conjunto parece más bien una
arquitectura culinaria, creando una armonía compositiva para nuestros cinco
sentidos.
La conjugación de la hamburguesa, el logotipo y
su packagin hacen un todo que forma parte del concepto de diseño. De hecho, el
proceso de elaboración de este bocadillo está rigurosamente pensado, desde el
cultivo de sus alimentos hasta su presentación. Todo ello se somete a un
proceso de producción que nos recuerda a las cadenas en serie de las fábricas.
Es tanta la perfección que el Big Mac es servido de manera idéntica en tres
cientos mil restaurantes de más de cien países.
Curiosamente, esta idea nos traslada a la filosofía del Pop Art donde las
obras se reproducían en serie, una repetición mecánica de algo de nuestro día a
día que acaba por convertirse en un icono. El Big Mac refleja un estilo de
vida, una época, una sociedad, los ideales de la globalización y el consumo. En
definitiva, se ha conseguido dotar de diseño algo tan banal como una
hamburguesa.